30 de enero de 2012

Cerveza Belga: “la birra está en otra parte”



Hace poco menos de 24 horas que llegué a Bélgica de visita
–acá vive mi hermana Laura, bailarina- y ya tengo probadas unas 7 cervezas post jet lag. No se trata de ningún desborde: en la patria de la birra, no hay nada más fácil que probar y probar una y otra marca, ya que Antwerpen (Amberes, para los amigos), la ciudad en la que estoy, la cerveza es una pasión tan honda como demostrada.

En el pub que conseguí abierto un lunes –aquí la gente trabaja cuando quiere y como quiere, pero definitivamente el lunes no es día de pub- tuve mis primeras impresiones de Bélgica: nada menos que cuatro cervezas diferentes en 40 minutos. Cada una con su identidad gustativa –unas en las que el lúpulo manda gusto amargo, otras frutadas, unas pocas aromáticas y ácidas-, pero todas, sin excepción, servidas en una copa especial. Nada de ritual de la perfección a los Stella Artois –dicho sea de paso, también oriunda de Bélgica- sino un servicio prestado por el bar tender al cliente: cada copa se moja en un bacha, se escurre y luego se le sirve la cerveza fría (aunque muy lejos de helada), de forma que toma abundante espuma. Lo mejor, sin dudas, es que emplean copas diferentes para cada cerveza. Algo más atado al marketing que al sabor, pero que da una clara idea diferenciada del producto.



Probé:
De Koninck: una cerveza apenas colorada, ácida, con buena intensidad aromática y gusto cárnico. No le digan a nadie, pero recuerda a un rico caldo de pollo.

Lindemans Krieck: no es rica, es dulce. Típica cerveza para señoritas, con gusto tal gusto a cereza que recuerda a las Menthoplus de cereza, pero sin la parte de Mentho. Claro, es una cerveza saborizada. No garpa.

Trapist Westmalle: importante cerveza, negra de aspecto, con espuma abundante y buen cuerpo, que con sus 8 grados de alcohol suma volumen y presencia en boca. Desde el punto de vista gustativo, lo más atractivo es su esponjosidad y persistecia. En toco caso, el punto negativo está en ser un pelín dulce.

Orval: como dijo el barman, una cerveza a la antigua usanza; puro y duro sabor a lúpulo, algo floral y con buen amargor. Repetiré, sin dudas.


Después, de vuelta a casa de mi hermana, compramos:
Leffe, una Tripel con buen sabor, aromática y cremosa, en la que despunta una nota de  caramelo; nada mal, para repetir, sin dudas.

Haegaaden Grand Cru, rubia de buen cuerpo, con boca elegante. Me recordó a la simpleza de algunas cervezas de trigo, pero es 100% malta. Repito de una.

Y una Chimay Tripel, de puro cabezón, para darme un gusto conocido. Pero, hete aquí que no sabe igual a la que se importa a Argentina. Elaborada por los monjes Trapenses: esespumosa y de un largo final amargo.

Mi primera y única conclusión es que, en materia de cerveza, en Argentina aún estamos lejos de la diversidad de Bélgica, algo así como la patria de la birra. Eso sí, no duden en que me sacrificaré para conocer algo más de las cervezas belgas. En todo caso, los bares que hoy estaban cerrados… reabrirán mañana.

26 de enero de 2012

Si tenés un cactus en tu casa estas fotos son para vos


Cuando nos mudamos a Villa Ortúzar, a comienzos de 2010, en el patio de la casa vivía un cactus. Nacía de una maceta cúbica y tenía la estatura de una persona. Nunca antes había tenido un cactus en casa, aunque me había pasado la infancia y adolescencia observando su misterio acorazado en las laderas mendocinas. 


Los cactus florecen, cuando lo hacen, una vez al año y en pleno verano. Y el del patio nos recibió con una hermosa flor a poco de vivir en la casa. Flor que duró exactamente una noche y que, luego de marchitarse durante el día siguiente, se cayó sin dejar otro rastro que el de un pimpollo negro y mustio sobre el piso.




La belleza de las flores del cactus, creo, está precisamente en que son enormes, frágiles y efímeras como una mariposa nocturna. De tan efímeras, rara vez se tiene la oportunidad de observarlas. Pero este año, nuestro amigo espinoso se despachó con nada menos que siete flores, que, de la primera a al última, cubrieron toda una semana. Lo tomamos como un halago de convivencia. Y si el año pasado me quedé con ganas de fotografiar la única que dio, este me despaché a gusto. Estas son algunas de las tomas que más me gustaron.


Averiguá qué fue lo que sucedió con esta botella de vino


Con esta foto, queda oficialmente inaugurada -en lo que respecta a Bien Jugosos- la Telescuela Vínica. Una escuelita enófila a distancia que busca desasnar sobre los problemas universales del vino, que siempre quedan bien en una sobremesa, una charla con los jefes o para el "chamuyo", pasatiempo nacional.

Ahora bien: ¿qué fue lo que le sucedió a este vino? Claramente el corcho se eleva medio centímetro desde el pico de la botella. Como el capuchón no cedió del todo a su empuje, el aspecto final es el de una suerte de Jorobado de Notre Dame que no se lo van a vender a nadie. Y si así fuera, es seguro que ese alguien no leyó este post.

Pensemos:

a) Si tuviera gas, seguro podría haberse provocado esta catástrofe. Pero no, no tiene gas.

b) Si el tapón fuera malo podría haberse deslizado -por gravedad o por la ley de Galileo Galimberti-. El tapón es buenísimo pero, como decía Tusán, puede fallar.

c) El vino creció en determinado momento.

En efecto, c) es lo que sucedió. Sometido a las altas temperaturas de Enero, seguro en el transporte hasta mi casa, o incluso antes, el vino se dilató tanto que empujó al tapón hacia afuera. Recordemos que el alcohol tiene un coeficiente de dilatación térmico muy alto: no en vano, reemplaza al mercurio en los termómetros (dato perfecto para el chamuyo).

El punto central a recordar es que, todo vino sometido a altas temperaturas, se dilata dentro de la botella. Si el tapón no está correctamente colocado, o bien el calor es excesivo, se produce este efecto de "ariete" y finalmente se eleva como una joroba. Y en ese caso, lo más probable es que el vino esté hecho percha, porque cada vez que el tapón se corre, las posibilidades de que le entre aire son crecientes.

Conclusión: no compren nunca una botella así. Fin del capítulo de hoy, no sin antes dejarles una enseñanza para todos los amantes de la Técnica: pinchen acá.

23 de enero de 2012

Chistes gastronómicos: el gran Alberto Montt se ríe en Dosis Diarias


Para quienes no conocen a Alberto Montt, les garantizo que se están perdiendo algo grande. Ilustrador chileno que publica con frecuencia en diarios y revistas, Montt tiene una ironía que sabe a limón, la dulzura quemante del caramelo al fuego y el tacto aterciopelado del puercoespín o la escofina.



Además de la gastronomía -tema que le gusta, a juzgar pos sus frecuentes Dosis Diarias- sus obsesiones reiteradas son: Dios y el Diablo, las relaciones de pareja, los animales, personajes de cuentos infantiles, del cine, de la literatura, y un largo y exótico etcétera. Dueño de un humo más corrosivo que alegre, los médicos debieran recomendar una dosis de Montt por día, y eso que suele no alcanzar. Dense una vuelta por su web y después me cuentan, o sino, compren el libro Dosis Diarias que editó Cany funto.


20 de enero de 2012

8 blancos pileteros para beber bajo la sombrilla

Calor, sudor y pileta son el combo perfecto para descorchar un vino blanco en dís de verano. Cuáles beber y con qué acompañarlos. En esta nota, las mejores opciones para cada bolsillo.

Es verano. La temperatura y la sensación térmica son motivo de queja pegajosa y mal humor constante. Una desgracia para los que están en una oficina. ¿Pero qué con los que pueden pasarse las tardes tomando el sol a orillas de una linda pileta? A ellos les aconsejamos probar con estos vinos para cerrar el día. Y a los primeros, que aún sin tener pileta, los prueben porque tiene frescura de sobra para bajarle unos grados al termómetro personal.

Tracia Chardonnay 2011 ($18). San Juan merece mejor fama como productor de blancos frutados y fáciles de beber. Buena muestra de ello este Chardonnay con tapa a rosca, que ofrece una aromática tropical y una boca de acidez moderada, pero con buen nervio. Todo, a un precio inmejorable, cosa de que quede margen para invertir en unas Pringles de cebolla y en un cuenco con olivas negras, regadas con una gotita de limón.

Las Moras Sauvignon Blanc 2011 ($20). A la hora de terminar un día bajo la sombrilla, lo que más necesita el cuerpo es una buena bebida fría y algo para picar. Si esa necesidad, además, se cubre con precios lógicos, el placer es doble. Y así llegamos a este blanco de Las Moras que realmente cumple el cometido de aportar ricos aromas cítricos y un plus refrescante perfecto para el paladar y sus circunstancias. Con leberwurst, mostaza de Dijon y un poco de queso Mar del Plata, cierra un día perfecto.

Santa Julia Torrontés 2011 ($25) es una curiosidad de la góndola. Dentro de los nuevos estilos de Torrontés, los mendocinos despuntan con un combo de  frescura y elegancia, lejos de los salteños que pueden resultar chillones, aunque siempre atractivos. Y este blanco de boca envolvente y rica acidez ofrece el punto justo de equilibrio para una picada sencilla: con queso gouda y una bondiolita como la de Campo austral, le pone un broche ideal a un día de pileta.

Lurton Pinot Gris 2011 (35). Si uno buscara en el diccionario la definición de “piletero”, este vino blanco debiera figurar como sinónimo. Frutado de tal forma que emociona, en la boca se comporta como un blanco de ley, lejos de la solemnidad de la alta gama y más cerca del capricho, con una acidez refrescante y pícara que lo pone como fija para comerse un tostado de jamón, queso y mostaza con la malla mojada.

Telteca Roble Chardonnay 2010 ($36). Ubicado entre los mejores vinos de argentina para La Guía de Vinos Austral Spectator –de la que el autor de la nota también es coautor- este blanco lleva lejos la ecuación precio calidad para el segmento: con una aromática en la que el roble funciona como un buen condimento a las frutas, en boca despliega su buena acidez que aviva los matices de vainilla y sabores cítricos. Con una pizzeta en la terraza del club, será mucho mejor aún.

Goyenechea Centenario Sauvignon Blanc 2011 ($40)
. El sur mendocino parece haber despertado de una larga siesta. Ya que este año pusieron en el mercado algunos vinos fuera de serie, como este Sauvignon que, citando a la colega Elizabeth Checa, “no maracuyea” como es ya frecuente exceso. La va de cítrico, con una aromática moderada pero elegante. Al paladar vibra como la cuerda de un arco y no pierde ni por un segundo la armonía.

Saurus Chardonnay 2009 ($42) es, por su delicadeza y sutil expresión –conviene saber que una parte es criado en barrica de acacia-, una opción chic para la piscina, el tipo de blanco que se acompaña con finger food en un sunset meeting. O, como diríamos el resto de los mortales de a pie, un rico blanco para esa hora en que el día llega a su fin y uno necesita comer un sanguchito de lengua vinagreta para comenzar a estirar la noche con la boca despierta al sabor.

Alta Vista Premium Chardonnay 2010 ($60). El precio no es precisamente el indicado para algo rápido y sencillo. No obstante, este blanco radiante, con boca de terciopelo y sabor refinado de frutas blancas y tropicales, es el candidato ideal para comer un melón con prosciutto del bueno (San Daniele, por ejemplo, para no saltar al imposible de Parma) y darse un gusto veraniego de mediodía, justo a la hora en que las palomas caen en picada de ramas y cables.

Esta nota fue publicada en La Mañana de Neuquén el 8 de enero de 2011.

18 de enero de 2012

Sabores de infancia: Lengua a la vinagreta

Con tomatitos cherries.



Cuando era chico y llegaban los primeros calores a Mendoza, uno de los platos que aparecía en la mesa de casa era la lengua vinagreta: una preparado sencillo, fresco y rendidor, de un sabor definido e inconfundible que a mi me encantaba, más que nada porque podía hacerme un sanguchito antes de empezar a comer y así no había que esperar a que todos estuvieran sentados. 

Como nos pasa con muchos sabores de la infancia, la lengua vingreta quedó en el olvido de ciertas sofisticaciones a veces chapuceras. Pero este caluroso verano la refloté. Y ensayé varias recetas hasta dar con esta que les paso ahora y que, a mi modo de ver, es capaz de recrear los mejores gustos de mi niñez. Eso sí, no olvido el pan fresco cada vez que la preparo para hacerme un sanguchito. 

Ingredientes:

1 lengua de vaca de un kilo y medio
2 dientes de ajo
2 huevos duros
Un puñado de Perejil
Una ramita de salvia o romero
Vinagre de vino
Oliva virgen extra
Pimienta y ají molido 

Preparación: 
Como todos los platos de la cocina popular, el secreto de la lengua está en la sazón. Y por ahí hay que comenzar: se pone a hervir la lengua durante una hora y media con salvia o romero y un puñado de sal. El agua debe cubrirla y si es necesario hay que agregarle un poco más hacia la mitad. Un punto clave es prepararla con al menos una comida de anticipación, por el tiempo que lleva su preparado. 

Luego se la deja enfriar y se la pela. El pelado reclama un poco de cuidado y tiene sus trucos. Hay que empezar por la parte de abajo, haciendo un corte que vaya desde la punta hasta la base de lengua, y que no sea profundo, ya que es sólo para sacar el cuero áspero tirando con los dedos. Hay que tener paciencia y cuidado, ya que si se rompe -y casi siempre sucede- cuesta volver a tomarlo. En ese caso, un cuchillo afilado para filetearlo se vuelve elemental.



 Instrucciones para limpiar una lengua y cortarla.


También conviene sacarle la grasa que ocupa la base de la lengua, junto con otros tejidos que no resulten agradables a la vista. A fin de cuentas, es un plato que ya está casi listo y que no lleva disfraz alguno.

Una vez que está pelada, se la segmenta en rodajas muy finas. El truco consiste en cortarla primero a todo lo largo, de forma que se obtienen dos mitades, cuya parte lisa será perfecta para apoyar en la tabla y empezar a cortar las láminas.

Al cabo, se le agrega el ajo y el perejil picados (no hace falta que sea muy fino) y se le suma una tacita de vinagre y media de oliva. Si le faltara sensación ácida, se le puede echar un poco más de vinagre. A continuación, una cucharadita de ají molido y un poco de pimienta completan el plato. 

Los huevos se agregan apenas antes de servirla, porque se deshacen en el preparado. Agregar un poquito de sal y pimienta. Y servila con una ensalada de tomates cherries o bien con un guacamole. Eso sí: acompañala  siempre de un vino blanco, Sauvignon o Torrontés son perfectos. Acá encontrarás algunos ejemplos.

17 de enero de 2012

Ahora un vino se vende a sorbos


Hace no mucho tiempo, con un colega nos preguntábamos cuánto faltaría para que el vino -ahora que es tan caro como un scotch- se pasar a las mini botellitas de 50ml que venden en aeropuertos y hoteles. La respuesta acaba de llegar al mercado: Urraca Wines lanza el nuevo formato de "degustación", para lo que embotelló en miniatura a todo su porfolio.

En la casa propiedad de Mr. Langley señalan que el formato garantiza una inalterabilidad del vino durante un plazo de seis meses. Después, chau picho. Ya que, a diferencia del scotch -que una vez puesto en botella no evoluciona-, el vino cambia asceleradamente cuando se trata de envases pequeños.

Si te gusta la idea, o te tienta probarlos, he tenido buenas experiencias con el Malbec, en especial 2006, pero también 2008. Ni bien sepa el precio, lo posteo.

14 de enero de 2012

El sacacorchos es la herramienta perfecta

¿Qué sería de nosotros sin un buen sacacorchos? Pero: ¿qué sabemos de esta herramienta? Breve historia del tirabuzón más preciado y algunos consejos para comprar el más útil.



Mucho se discute sobre corchos naturales, sintéticos y tapa a rosca, pero poco y nada se escucha por ahí acerca del sacacorchos. Y si algo nos ha quedado claro a quienes lo hemos olvidado cuando vamos de excursión, y estamos a kilómetros del pueblo más cercano y un corcho nos separa de la felicidad, es que esta máquina simple y maravillosa merece toda nuestra atención.

De esto ya se dieron cuenta nuestros antepasados. Y si bien no está claro quién o quiénes dieron con los el tornillo de Arquímedes como solución al corcho, algunas partes de la cronología sobre la invención del sacacorchos resultan bastante claras.
 
De partida, fue hacia el siglo XVI que el corcho volvió a emplearse como tapón para el vino. En el mundo antiguo ya se empleaba en ánforas, que por el tamaño del pico eran fáciles de remover y a lo sumo se usaba una barreta. Sin embargo, la difusión de la botella moderna supuso un nuevo camino en su historia.

 
Una estrecha relación
Sucedió a mediados del siglo XVIII cuando los ingleses inventaron la fabricación de botellas en serie. Recién entonces el pico se estiró hasta forma un cuello delgado en el que el corcho encontró un lugar perfecto para ajustarse. Pero tanto se ajustó, que se planteó un nuevo interrogante: cómo sacarlo fácilmente.
 
Ahí se dio el segundo gran adelanto en la invención del sacacorchos: los soldados –quienes, sino- descubrieron que el gusano de hierro que empleaban para limpiar el caño de sus mosquetes servía también para extraer los malditos corchos cuando quedaban atorados. Y como la sed es una fuerza incontrolable, pronto el ingenio hirvió buscando una solución que no implicara tener un arma.
 
Fue en 1795 cuando el reverendo inglés Samuel Henshall patentó el primer sacacorchos en forma de “T”, con un tornillo de acero como extractor. Siete años más tarde, el ingeniero inglés Edward Thomason daba con una solución clave: al añadirle un tope al tornillo, obligaba al corcho a girar y despegarse dentro del pico. Su invento marcó el inicio de una carrera por crear el mejor y más práctico sacacorchos.


Viejos modelos de sacacorchos. Vistos aquí.

Cerebros al descorche
En los próximos 100 años de historia el ingenio por saciar la sed no se detuvo: sólo en Inglaterra se patentaron 350 sacacorchos nuevos, mientras que en Estados Unidos se registraron otros 250 y Francia aportó otros tantos. Con todo, las diferencias fundamentales entre sí son pocas:
 
a)    Sacacorchos tipo Auger: el gusano semeja a una escalera caracol, como un típico tornillo rosca-chapa, en el que la punta está en el centro mismo del espiral; requieren menor fuerza para introducirse, pero tienden a romper el corcho si no está en buen estado.
 
b)    Sacacorchos tipo hélice: se reconocen fácilmente porque la punta del espiral no está centrado y suelen construirse de forma que el gusano deja un cilindro de aire en su interior. Reclaman más cuidado para introducirlos, pero no rompen el corcho al tirar de él.
 
c)    Tipo “π” o “ah-so”: emplean dos planchuelas de acero que se introducen por los costados del corcho, al que extraen cuando se le aplica una torsión con la muñeca. A favor, son seguros, no tienen punta y resultan ideales para corchos viejos; en contra, las planchuelas suelen romperse con el uso y requieren pericia.


A estos tres métodos básicos le sumaron todo tipo de multiplicadores de fuerza y palancas. Los mozos, por ejemplo, emplean uno cuya palanca simple -con un punto de apoyo, mejor todavía si es articulado- es muy efectivas y convierte al sacacorchos en un portable. En cambio, muchos hogares usan los sacacorchos de doble palanca, prácticos pero incómodos de cargar. O los de torque, que se clavan hasta activar –en el mismo sentido de la rotación- otra rosca que eleva el corcho.
 
Y a pesar de las innumerables patentes el ingenio humano no descansa. En 1976 un texano patentó Screwpull, un tipo singular de extractor de corchos que, empleando un ángulo especial de hélice y teflón para hacerla resbaladiza, extrae el corcho haciéndolo subir por el mismo espiral. Todo un hallazgo, que se completa con el sacacorchos neumático (apenas más moderno), en el que una aguja inyecta gas dentro de la botella y saca el tapón por la presión interna.

Esta nota será publicada en La Mañana de Neuquén el 15 de enero de 2012.

11 de enero de 2012

Opera vs. Recital: el duelo "musical" de las galletitas del súper


La foto fue tomada en el chino de mi cuadra.

Las galletas "Opera" son un clásico de la góndola. La comías cuando eras chico y ahora, de grande, se las comprás a tus hijos para que se lleven la merienda al cole. Pero en la góndola de las galletas surge ahora un desafiante: se llaman Recital, son tan obleas como las anteriores, pero prometen más relleno. En cualquier caso, una cosa queda clara:  al menos estas últimas buscan tentar a los pibes con una cuota rockera. ¿Lo lograrán? Eso está por verse.

7 de enero de 2012

Ilustraciones gastronómicas de Laser Blade

En pocas palabras, estas ilustraciones las descubrió mi pareja y dijo: "me recuerdan al Chico Metáfora..." A mi mucho no me pareció, pero disfruté mucho recorriendo la galería de Laser Blade en Flickr. Les dejo unas que me gustaron, pero acá pueden ver el resto. Vale la pena.








8 Malbec para un asado de amigos

Juntarse a comer un asado es una pasión nacional que demanda una inversión. Y está claro que no todos los bolsillo sienten lo mismo a la hora de pagar. Para que no tiemble el presupuesto, estos son los mejores Malbec para ponerle gusto sin culpa a un asado de amigos.

Gran foto del gran Marcos López

El asado de amigos es con vino tinto. Y si ese tinto es Malbec, cuanto mejor. Esa es la ley; y esta es la trampa: ¿cuáles comprar? ¿con qué etiquetas no se engrosa el presupuesto y con cuáles metemos la pata hasta la verija? ¿qué marcas son las recomendadas por su rico gusto y precio módico? Para que no falle la pasión asadera, en esta nota recomendamos algunos de los mejores Malbec en relación precio calidad para compartir con amigos en los asados. Pasen y lean.

López Malbec 2010 ($20)
. No hay otro vino clásico en argentina que merezca como este su lugar en el podio de los asaderos. En la mesa de los argentinos este vino ha visto a los chicos volverse abuelos, siempre con la misma ecuación de ligereza frutada y suavidad al tacto. Algo que convirtió a Bodegas López en un clásico con plena vigencia. Ideal para un asado en el que se combinan distintas generaciones.

Tracia Malbec 2010 ($20). San Juan tiene la enorme virtud de lograr vinos jóvenes, frutados y ricos, a precios lógicos. Y Tracia no es la excepción a esta regla, sino más bien su contundente confirmación. Algo que un asado de amigos, en los que se cuida el bolsillo, aportará buen jugo y frescura. Además, les gustará a todos, más aún a la luz de su precio.

Latitud 33 Malbec 2010 ($24). Chandon, con su imagen glamorosa, es el gigante detrás de esta marca de imagen bien cuidad, que combina dos factores difíciles de encontrar: disponibilidad –está disponible desde el drugstore open 24hs a las vinotecas de barrio- con una de las mejores relaciones calidad-precio del mercado. Es un tinto para lucir un asado, de boca sabrosa y precio amigable.

Elementos 2010 ($24) es para muchos un “tapado” de la góndola nacional, porque basta probarlo una vez para que a uno le quede la sensación de que se había perdido algo. Aromáticamente es sencillo pero intenso, con buena marca de frutas rojas, que suman a una boca envolvente y de buen cuerpo. Comprado por caja, es un tesoro cotidiano, para compartir en asados dominicales.

Portillo Malbec 2010 ($25). Como tinto asadero pinta medio flojo, con su etiqueta cuidad y de diseño. Pero la realidad es que las apariencias engañan y este tinto de rica acidez y paso envolvente es exactamente lo que hace falta cuando uno tiene un costillar arqueado justo debajo de las narices. Sino, hagan la prueba y nos cuenta.

Yauquén Malbec 2010 ($40). Pocos conocen esta etiqueta que, para más inri, está elaborada por Bodega Ruca Malen en Mendoza. El enólogo de la casa, Pablo Cúneo, es un crack de perfil bajo, que consigue hacer un Malbec inigualable en cualquier nivel de precio. Este es frutado, intenso y con buen cuerpo. Probar para creer.

Saurus Malbec 2009 ($42) es el típico tinto que no conmueve hasta que se lo prueba. Ahí es cuando seduce y ofrece una relación calidad precio optima, con aromas frutales que le harán sombra al mejor bife de chorizo, y con una elegante frescura que revitalizará el paladar a cada bocado de asado. No es para una reunión multitudinaria, sino más bien para un encuentro de pocos con ganas de mucho.

Kaiken Malbec 2009 ($45). Elaborado por el equipo del enólogo chileno Aurelio Montes, Kaiken emplea uvas de los principales terruños mendocinos y destaca por su determinación frutal y paso envolvente y suelto al mismo tiempo. En eso, no tiene rival contra un costillar hecho a la llama. Pero también acompaña y con gracia una rica entraña con cuero, fuerte y bien jugosa.

6 de enero de 2012

Esta es la Patria Fernetera

Argentina produce y consume la mayor cantidad de fernet en el mundo. Hace quince años este amaro era una bebida de culto en Córdoba y hoy conquista Buenos Aires. Esta es la historia de un fenómeno social que va más allá de la espuma color caramelo.

 Esta nota fue publicada en Revista Viva del 30 de octubre de 2011

En la previa del boliche en Lugano, en un bar de Palermo, en una terraza en Carlos Paz y en una bailanta de Río Cuarto, bajo el solazo de Cafayate y en las calles top de Mendoza, el fernet gana la escena. El más reciente fenómeno de consumo de masas y la más negra de las nuevas pasiones argentinas, crece en ventas cada año y hoy se consagra como la tercera bebida alcohólica más consumida del país.

Su amargo dulzor, su áspero paso cremoso, atraviesa todas las barreras sociales y ya se lo encuentra en lujosos casamientos de zona norte, servido en trago largo y como un guiño “nac and pop”, y en las bailantas del tercer cordón del conurbano bonaerense, preparado en “mamila”, una botella de plástico cortada a la altura de sus hombros. ¿Cómo lo consiguió?

Una botella por argentino
Basta un dato duro para ilustrar el fenómeno: nuestro país es el mercado más grande de consumo de amaros –esa es el tipo de bebidas a las que pertenece el fernets-, y en 2010 produjo la friolera de 31 millones de litros, es decir una botella de 750 cm3 por habitante. Comparado con el vino o la cerveza, el número puede parecer chico. Pero contrastado con la cantidad producida en 1995 –unos 700 mil litros, según la Cámara Argentina de Productores de Licores- está claro que el boom del fernet es un fenómeno de consumo creciente y relativamente nuevo.
 
En poco más de quince años, una movida que reconoce como epicentro a Córdoba –donde se consume el 30% del fernet, según fuentes oficiales- migró del interior del país a la capital y hoy se impone en la gran ciudad y su conurbano, -donde se vende otro 30%-. Para Juan Viglione, director de Pheasant Partners, empresa que realiza consultorías de mercado para las principales productoras de fernet, “es un fenómeno de ascenso social; un consumo de la periferia que asciende de la mano de la movilidad social, que en este caso involucra sobre todo a los estudiantes: los que fueron a Córdoba, se llevaron la bebida a sus ciudades de origen, y las migraciones internas lo trajeron a Buenos Aires”, explica.
 
En su hipótesis, el fernet ascendió socialmente y sumó a su raíz cuartetera el consumo cosmopolita de la ciudad. Un poco motivado por el progreso de esos mismos estudiantes, ahora profesionales, y otro poco porque la comunicación de las grandes marcas le dio un sentido amplio. Empresas como Fernet-Branca –líder por tradición y ventas-, o las nuevas Fernet 1882, Ramazzotti o Vittone, cambiaron el foco de la comunicación en la última década, bajando desde un plano que reivindicaba a la pureza casi medicinal del producto a un espejo cultural de los argentinos.
 
Basta recordar el comercial de Cinzano, con el claim “uno de cada diez argentinos es gay”. O el que protagonizaba Alfredo Caseros para Branca, en la que decía “el fernet no mancha, decora”. O las nuevas compañas de Fernet 1882, que rozan el absurdo con un cándido sentido de la argentinidad –como el surfer que cabalga olas en un Renault 12, el remisero que trae un pasajero del espacio, o los 1882 ansiosos por morder un capuchón de una Bic-. La creatividad que ha desplegado esta bebida en la última década amerita una recorrida por YouTube: con tipear “fernet” alcanza.
 
Las publicidades son un síntoma de un consumo concreto. Para José Porta, CEO de Porta Hermanos, empresa cordobesa en el negocio del fernet desde hace décadas, lo que sucedió fue “un cambio cultural, una apropiación de parte de los consumidores de una bebida digestiva y de viejos, para convertirla en una de reunión, de encuentro y de amigos. Es una transformación muy argentina, por eso no reconoce límites sociales, como el mate,” sostiene.
 
En sentido los números parecieran darle la razón. En las últimas décadas el mercado de bebidas alcohólicas dio un giro copernicano en nuestro país: la cerveza pasó del 6% a 60% del consumo de desde 1980, mientras que el vino redujo su participación. Y a la sombra de ese cambio, se gesta un nuevo tipo de consumo, tal como lo describe Mariano Maldonado, gerente de marketing de Campari: “hoy asistimos a una nueva forma de beber en la que el fernet, y los vermouth en general. Básicamente porque reúnen a la gente en momentos gratos,” explica.


Fernet Para la Tos
Los orígenes del fernet flotan en una oscura espuma de intereses. Para unos, fue creado a principios del siglo XIX por un boticario suizo llamado Fernet. Otros afirman que Bernardino Branca, fundador de la casa Fratelli Branca, es el inventor de la fórmula secreta que le dio vida a su imperio. Mientras que algunas versiones hablan de un comerciante de bebidas llamado Ausano Ramazzotti, que por azar descubrió la bebida mágica. Cualquiera sea el caso, una cosa es segura: a mediados del siglo XIX el fernet vio la luz, junto con muchas bebidas de su clase, los bitter como el Angostura, Cynar, Pineral y Campari, por ejemplo. Y lo hizo con el mismo fin medicinal que las otras.
 
En ese entonces beber un amaro no tenía nada que ver con el placer, sino que la gente buscaba un jarabe para aliviar dolencias y los preparados a base de alcohol eran comunes entre los boticarios. Elaborado a partir hierbas y raíces –sus descriptores botánicos ascienden a más de 40-, el fernet lleva desde manzanilla a cardamomo, de azafrán a ruibarbo, ginseng, cáscara de naranjas y canela entre otros ingredientes. Cada una de ellas es largamente macerada en alcohol o agua y luego combinadas con caramelo de azúcar –responsable del dulzor y el color negro- y vueltas a infusionar hasta una graduación que hoy roza el 40%. Luego, descansa hasta un año en grandes cubas de roble para homogenizar el sabor y domar su áspero carácter.
 
De ahí que conserve fama de curativo, de digestivo, de calmante para los dolores menstruales, de bálsamo para la resacas y todo tipo de dolencias del alma. En nuestro país, sin embargo, el boom está lejos de cualquier fin terapéutico. Aquí el fernet encontró una forma singular de consumo: el trago de cabecera –único trago posible, dicen los puristas-, combina fernet con Coca y hielo y se bebe en forma directa. “Nada de coctelera, ni medidas precisas: la maestría está en saber combinar bien dos elementos y esa sencillez es una de las claves del boom. Cada uno lo prepara como quiere”, explica José Porta.

Made in Córdoba
Nadie duda que el corte con Coca fue el fruto del ingenio cordobés. Como en al provincia mediterránea hubo varias colonias de inmigrantes italianos, el fernet tuvo ahí su centro de consumo histórico, en donde se lo bebía de forma clásica: en la sobremesa y puro. Pero a principios de los 80, la combinación con Coca ya formaba parte del folclore nocturno en las tierras de la Mona Jiménez. Entonces se popularizó el “noventa dos diez” –la combinación mágica para los ferneteros- que representa: 90% de fernet, dos rocas de hielo y 10% de bebida cola.
 
El secreto del trago es kick etílico que busca un consumidor, la cuota de azúcar necesaria para dar energía y morigerar el amargor, y la frescura propia de una bebida que calma la sed. Con un plus, que es precisamente el que lo ha convertido en hit de ventas en consumidores de entre 18 y 35 años: el fernet tiene fama de “pegar bien”, es decir, que no adormece, ni deprime como otras bebidas, y permite estirar la noche.
Conscientes de este fenómeno, en los últimos años las empresas productoras le bajaron la graduación. No es para menos. Siguiendo las estadísticas de producción, en argentina se consumen 50 mil tragos largos por hora. Guarismos aparte, una cosa es cierta hoy en la patria fernetera: el fernet llegó para quedarse.


Principales marcas de fernet
Hace veinte años en argentina había muy pocas marcas de fernet. Con Branca como líder, a la fecha el mercado se sofisticó y hay no sólo nuevas marcas, sino también distintos segmentos de precio. El que manda, sin dudas, es Branca ($36), con cerca del 60% del mercado –según estimaciones-; le sigue Branca Menta ($32); Fernet 1882 a ($30), que forman el pelotón de los caros. Luego viene Fernet Cinzano ($28) y Ramazzotti ($26) en la gama media. Y al final Lucera, Enotria y Capri, que rondan los 15 pesos.
En todo caso, la formulación de cada marca es única y lo que cambia, al modificarse el precio, son dos cosas: el tiempo de estacionamiento en roble y el empleo de algunos botánicos, como el carísimo azafrán.

1 de enero de 2012

De qué hablamos cuando hablamos de vino

Para acompañar comidas, para reforzar el estatus, para hablar de placeres, buena vida y como hobby de aficionados. Pocos consumos adquieren la complejidad del vino.

En los últimos años el vino ha ocupado cada vez más un lugar destacado en las conversaciones. Algunas veces son charlas obvias, otras menos. Lo cierto es que el vino resulta un tópico sobre el que se habla: en una cena, en un almuerzo o simplemente frente a la góndola del súper, el club o una reunión de amigo. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de vinos?

Hablamos de una bebida, claro, es el tópico más obvio, pero de una tan especial que se sostiene como tema en sí mismo, en forma de publicaciones, programas o simplemente charlas de amigos. Y eso, porque es la más completa y curiosa de las bebidas: conocer sobre ella puede ser también un hobby.

Hablamos de sabores, es verdad, porque tintos y blancos huelen y saben a cosas diferentes: a las ciruelas de la infancia o al maracuyá de los viajes a Brasil de la juventud. Pero también de la acidez filosa de ciertos vinos, que hielan tanto como algunas las palabras.

Hablamos de un negocio, evidentemente, porque detrás de una botella hay una industria que mueve 14 mil millones de pesos al año, genera 113 mil puestos de trabajo en forma directa y que le da proyección a la Argentina en el mundo con un producto de origen, que es motivo de orgullo.

Hablamos de status, más que nada, porque a diferencia de la cerveza, el vino es la bebida elegida por quienes tienen algún recurso para darse gustos. Y entre esos grupos, está claro que se consumen cosas diferentes: la gente que tiene mucho dinero puede probar botellas de 300 o 1000 pesos la unidad. Al resto, le viene bien las que están entre 15 y 50 pesos, que ya tienen sabores diferentes para ofrecer.

Hablamos de estilo de vida, ya que no es lo mismo conocer qué comida va mejor con qué vino que ir a las combinación gruesas o voluntarias. No caben dudas que en materia de combinación de sabores todo se puede, pero quien haya probado ostras con champagne o quesos con vinos blancos, sabe de lo que hablamos.

Hablamos de embriaguez, aunque no siempre, porque sabemos que una copa sienta bien, entre dos y tres encienden la chispa del humor y la seducción, y que más de cuatro son la promesa segura de una siesta profunda. Pero en cualquier caso, en una conversación, la embriaguez es comentada sólo cuando fue una chispa de alegría o un combazo con modorra.

Hablamos de compartir, siempre, ya que una botella es mucho vino para una sola persona. Y porque además suele beberse con las comidas, de forma que nunca se está solo con la botella. El whisky, en cambio, sí es bebida de solitarios.

Hablamos de puntajes, especialmente en los últimos años, en los que un buen vino podía salir de la boca de un catador como un pequeño eructo contable: 92 puntos,  89 puntos, 98 puntos. En fin, que tanta gracia se puede resumir también en una nota.

Hablamos de tecnicismos, aunque ya va cayendo en desuso, cuando por ejemplo queremos saber cuánto tiempo de roble tiene un vino, si hizo o no fermentación maloláctica, si la uva fue cultivada en parral o en espaldero. Como si acaso uno le preguntara al carnicero la biografía del bife ancho. Y si esto es así, es porque el conocimiento de vinos prestigia.

Hablamos de botellas, es decir, de una u otra que tomamos en determinados momentos: con los hijos, con los abuelos, los amigos, la cena de negocio, para cada una de estas reuniones hay una o varias marcas. Pero sobre todo, hablamos de botellas porque los grandes vinos evolucionan en solitario y se depegan del gusto de sus pares hasta hacerse singulares.

Hablamos de liberación, casi siempre, porque elegir darse un gusto es, al fin y al cabo, sentirse un poco más vivos. Todos sabemos que no es lo mismo beber de oficio lo que haya en casa, que elegir una botella que hemos madurado en el deseo hasta convertirla en una realidad. Encontrar lo que se busca es liberarse de una carga, siempre.

Hablamos de cultura, claro, en el sentido más amplio: de un producto hecho por el hombre y para el hombre, que tiene sofisticados detalles de origen y rocambolescas formas de decirse, pero que también es tan accesible como la amistad, tan cordial como una buena charla y más expresivo que muchos sentimientos.

Esta nota fue publicada en La Mañana de Neuquén el sábado 31 de diciembre de 2011.