
Veinte kilos de uva es cuanto se alcanza a ver en primer plano. La cosecha es así. Tacho tras tacho, el mísero peso de un racimo completa como átomos el todo del camión: 3, 4, 5 y hasta 6 toneladas, tijereteadas a miles de plantas, cargadas entre manos y acarreadas a la caja final, donde reposarán apenas hasta la entrada en bodega. Cada tacho se paga con una ficha; cada ficha, también llamadas gamelas, representa tantos centavos para cobrar al cierre del día. La cosecha es así. No hay plata en efectivo pero todos se juegan el dinero: el cosechador un salario, el productor el rinde, la bodega sus vinos. Por eso la vendimia mueve hasta la última rama de Mendoza; porque todo un año de trabajo se cocina en pocos días para todos.