3 de marzo de 2012

El libro de recetas más triste del mundo


Webeando encontré esta imagen. Una muchacha joven, obesa y jovial toma del pico de cierta botella vaya uno a saber qué brebaje. El título que la acompañaba no era menos curioso: “Bridget’s Diet Cookook”. Con una mezcla de curiosidad y morbo me puse a rastrear quién pudo ser Bridget como para publicar un dietario de estas características. Y lo que hallé detrás de la tapa fue, para mi sorpresa, la historia triste y corrosiva que sigue.

Bridget fue una estrella en su momento. Más que estrella habría que apuntar que fue una supernova, ya que la especialidad que catapultó a Dawn McDowell –conocida como Bridget por los gordos anónimos y declarados de Estados Unidos- fue precisamente su tamaño.

Corría el año 1971 cuando una editorial de Boston puso un curioso aviso en un vespertino. Buscaban una mujer gorda como modelo para una serie de desnudos fotográficos. Inspirados en las conejitas de Play Boy, con las que ya habían impreso puzles, los editores pensaba que podrían explotar el costado grotesco de la gordura, en lo que sería visto por la audiencia norteamericana como una sátira de su propia condición, y así jugar una carta llamativa en el mercado.

En esos años Dawn McDowel tenía 19. Oriunda de Connecticut, su peso era de unos 125 kilos y sus dimensiones estaban claramente por encima de la media. Era rubia y alegre, aunque estaba llena de resentimientos contra su madre, demasiado dominante y preocupada por el qué dirán como para aceptar a su hija tal y como era. Dawn estudiaba en el Grahm Junior College de Boston y estaba sin dinero. Al leer el aviso en el vespertino no se lo pensó mucho y fue al casting sin saber que llegaría a ser una suerte de estrella obesa, que con su imagen bonachona, redimiría a millones de norteamericanos.
 
Entre la docena de chicas que asistieron a la cita, la eligieron a ella para una prueba de cámara. Fue una sesión de fotos sencilla en la que tuvo que posar desnuda para una treintena de tomas. Al terminar, regresó a su casa con unos dólares en el bolsillo.
Poco tiempo después encontró en una tienda un puzle donde se la veía desnuda. Se sintió extraña. Primero porque no estaba al tanto de que las fotos se publicarían. Y segundo, porque verse en cueros sobre un escaparate público, no era algo para lo que estaba preparada. 


En la editorial le dijeron que le pagarían un extra por las ventas. Pero que debía quedarse tranquila, porque los puzles eran una provocación que nadie compraría. “Creo que ellos pensaban eso de verdad”, declaró Dawn muchos años después a Dimensions, la revista norteamericana que aborda el sobrepeso femenino y su problemática. “Pero no sólo se vendieron todos, sino que pronto hicieron más.”

Con una mezcla de vergüenza y vértigo por el futuro, Dawn firmó otro contrato de exclusividad con la misma editorial. Debido al éxito del puzle, ahora se harían nuevas tomas par aun calendario en el que Bridget mostraría las carnes en gomerías y casas de empeño de los barrios periféricos del este. Fue un batacazo. Y en 1972 quedó sellado el camino de Dawn hacia la supernova Bridget.

Luego vinieron una docena de títulos en los que el destape y el cuerpo obeso de Dawn –por esos años había aumentado a 150 kilos - se convirtieron en un ícono cultural que decoraba las heladeras, las estanterías de cocina y las mesitas del living de la gente desde la costa este a la oeste de los Estados Unidos. Uno de los títulos más vendidos fue Bridget's Diet Cookbook, el libro de recetas en el que la joven cocinaba ligera de ropas y enseñaba a preparar platos ricos y bajos en calorías.

El paroxismo fue Bridget Organic Cookbook, cuya tapa mostraba a Bridget como una tonta que decoraba su cuerpo con lechuga y tomate, para demostrar así que se podía comer sano y bio. No importaba lo que hiciera Bridget, sus productos se vendían. La gente la reconocía por la calle y le pedían autógrafos: en Connecticut, en Boston, en Massachuset. Incluso sus amigos de Dawn comenzaron a llamarla Bridget a secas. Dawn entró en un período de confusión. Le gustaba la fama, pero no que no la reconocieran a ella. Le gustaba el dinero que ganaba, pero no que tuviera que ser otra para ganarlo. Era una modelo, de eso no le cabían dudas, pero comenzó a sospechar de que la gente se reía a sus espaldas, y de que se había convertido en un pelele que tranquilizaba las conciencias de los come-hamburguesas de su país, con una imagen exitosa y semejante.


Fue el punto decisivo: una cosa era estar gorda y que eso fuera un punto de reconocimiento y otra muy distinta era que la editorial la explotara como una freak, en la que ella nada más ponía el cuero. “En el fondo ellos nunca entendieron qué fue exactamente lo que sucedió, por qué se vendían los libros y los posters”, describió Dawn en la misma entrevista a Dimensions. Para ellos se trataba más bien de una humorada, cuando en verdad al público consumidor le gustaba Dawn/Bridget, su aspecto entrado en carnes y no las pin up bunnies que mostraba la industria de la publicidad. Había una falta de respeto esencial a su condición, a lo que ella era. “Sino –razona Dawn- ¿por qué no hubieron más Bridget? Cualquiera podía desnudarse y posar”.

Dawn renunció a su contrato y a su vida de supernova en 1975 y se refugió en los estudios de comunicación en la misma escuela de la que había salido. La editorial continuó sacando sus productos por años, aunque ella no cobró gran cosa por ellas. Pasados unos 15 años, incluso le ofrecieron hacer una serie de productos sobre el derrotero de Bridget  -que rozaba ya los 170 kilos-, oferta que rechazó, no sin morderse el labio inferior: era dinero y algo de nueva fama para ella, que había entrado en el cono de sombras, sin hijos y sin pareja, y a la puerta de los cuarenta. Pero Dawn había aprendido algo a fin de cuentas: eso era convertirse en Bridget, la cosa, el objeto obeso y decorativo que le quedaba cómodo a los demás, salvo a ella, y no estaba dispuesta a serlo nuevamente.

Quedó, eso sí, lo que ya se había publicado en libros y calendarios. Hoy se los puede ver en internet, descargar de algunos sitios e incluso comprar en Amazon.

2 comentarios:

Dani dijo...

Me sonó a la triste historia de la cándida Eréndira, pero falta la abuela desalmada...

Joaquin Hidalgo dijo...

Dani:

La verdad es que no tengo ni remotamente la pluma de García Márquez, pero me halaga que el título te suene... jeje.

Salú!