11 de octubre de 2009

La novela de Khayyam


Omar ibn-al Khayyam era hijo de un fabricante de tiendas. Eso es lo que nos dice su apellido y lo que nos cuenta Amin Maalouf en uno de los libros más maravillosos que haya leído. Samarcanda, mezcla rara de biografía de Khayyam y retrato de Oriente Medio y el Islam hacia el milenio cristiano, en el corazón de sus páginas despliega la curiosa historia del único libro que el matemático, astrónomo y filósofo persa –tales algunos de los títulos que tuvo en vida Khayyam- escribió en secreto y que le valió el reconocimiento de occidente casi ocho siglos después: Las Rubaiyyatas.
Rubaiyyata –literalmente cuarteta en árabe, ya que consta de cuatro versos- era un género menor de poesía que este hombre universal cultivó como pocas obsesiones en vida. Como es habitual con los textos antiguos, del libro que el propio Khayyam escribió poco se sabe y muchas de las cuartetas que se le adjudican han sido anexadas después, por pícaros y eruditos en busca de verdad e impacto.
Con la pluma levemente ornamentada de un oriente exótico, Maalouf reconstruye la vida del máximo genio de su época y nos lleva por las calles y zocos de un mundo que nos permanece vedado en la distancia y el tiempo. A través de las luminosas páginas de Samarcanda, viajamos con Khayyam en caravanas de camellos soñolientos, contemplamos las estrellas en la fría noche del oasis, bebemos vinos brillantes como el oro y nos detenemos en posadas y caravasares atestados de mercaderes astutos, hombres sensibles y predicadores de toda calaña.
Maalouf, escritor libanés exiliado en Francia por razones políticas desde 1975, logra uno de esos pocos libros inolvidables, un claro homenaje al poeta, una visión deliciosa de Oriente Medio. En sus páginas se percibe el perfume de los damascos o el terror en el brillo acerado que las dagas de los Asesinos causaban los viernes por la tarde en las mezquitas, contrapuntos logrados de una civilización ascendente.
Como para Khayyam el vino fue un compañero dilecto, en su pesimista y lúcida visión representaba el placer y la fugacidad del placer y la vida, el libro de Maalouf recorre las tabernas y las bebidas del mundo islámico en ebullición y cultiva con delicada sensibilidad sabrosos detalles de la vida cotidiana.
Pero el destino de las Rubaiyyatas no pudo ser otro que la caducidad que cantaba Khayyam para esta única estancia terrena: comprado por un coleccionista norteamericano, el manuscrito que habían hallado los orientalistas alemanes y traducido el británico Edgard Fitzgerald, viajaba de Europa a América cuando se hundió en la caja fuerte del Titanic, con el golpe propio de un destino sellado. Todo esto nos cuenta Maalouf en Samarcanda con prosa precisa y alada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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