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3 de octubre de 2011

Qué vinos beber de la Patagonia

Terminó el cuarto Salón de Vinos de La Patagonia en la capital neuquina. Fui, probé y en esta nota repaso los mejores vinos de la región. 


Con saldo positivo terminó anoche el “Salón de Vinos de la Patagonia '11”. La cuarta edición de la feria más completa de la región cerró ayer sus puertas con ganancia neta: más visitantes, mejor organización y una propuesta estética bien lucida. Participaron las principales bodegas de la región con todos sus vinos; fuimos, los probamos y estas son nuestros recomendados en cada caso.

Familia Schroeder: destaca su oferta de Pinot Noir, en los que la bodega viene trabajando tanto en la selección de clones como en las levaduras para su elaboración. Tiene uno en cada línea de precios y conviene probar Saurus Pinot Noir 2009 y Familia Schroeder Pinot Noir 2007 ($45), ejemplares de ley; también Saurus Patagonia Select Malbec 2009 ($65), intenso y jugoso; y el Rosado de Malbec 2010 ($45), una novedad, frutado y fresco. Mención aparte merece el Saurus Chardonnay 2010 ($45), de una rica expresión y el espumante rosado Rosa de los Vientos ($75).

Fin del Mundo: con una selección de sus mejores etiquetas, la bodega más grande de San Patricio del Chañar prestó un nuevo espumante Brut Nature 100% Pinot Noir, con un atractivo color piel de cebolla, que se venderá en la alta gama. Destacó además su Newen Sauvignon Blanc 2011, con un rica boca cítrica; Fin del Mundo Reserva Malbec 2010 ($65), elegante; Fin del Mundo Gran Reserva 2006 ($80); y Special Blend 2006 ($160), complejo, estructurado y elegante, que acaba de consagrarse con una doble medalla de oro en Vinandino, el concurso de vinos más importante de Sudamérica.

NQN: la casa ubicada en la Picada 15 de San Patricio del Chañar ofreció sus vinos de mercado interno y de exportación. Llamó la atención Nemesio, nueva etiqueta for export, -con un destacable Chardonnay- y Cholila Ranch Malbec 2010 ($20), de una imbatible relación entre calidad y precio, a la venta sólo en la bodega. La perla, sin dudas, fue Malma Sauvignon Blanc 2011 ($45), el primer blanco 100% clonal de la bodega, que combina buen cuerpo con frescura intensa.

Humberto Canale. La centenaria bodega rionegrina presentó su nueva línea de Old Vineyard. De ella, vale la pena especialmente el Riesling 2011 ($68), raro varietal alemán en nuestro mercado, y el Malbec 2010 ($95), de cuerpo medio, elegante y frutado, ambos elaborados con uvas de sus viñedos viejos. También se pudo probar Canale Estate Pinot Noir 2010 ($60), fragante y terroso, y su línea Intimo ($45), de la que destaca el Cabernet Sauvignon 2007.

Chacras del Sol: esta casa rionegrina expuso sólo sus varietales Wünn ($75), Malbec  y Merlot 2007, de factura y estilo clásicos. No son para cualquier paladar, sino para el que busque un tinto de cuerpo medio y de andar suelto.

Secreto Patagónico ofreció sus dos gamas de precio, Mantra ($65) y Secreto Patagónico ($90). En cada una tiene un Cabernet Sauvignon, ambos 2008, que son el tipo de vino que le gustará a un consumidor de tintos intensos pero no concentrados.

Gerome Marteau: la pequeña casa de Río Negro ofreció sus dos gamas de precio, Gerome Premium ($45) y Reserva ($60). Su Malbec Reserva 2009 es un vino aromático y de paso elegante, con perfil boutique y artesanal. Y en su Merlot Reserva 2009, un perfil especiado, le gustará a quien adore el clavo de olor.

Des de La Torre: ubicada en Chos Malal, esta bodega familiar ha logrado darle un giro importante a sus líneas Identidad ($40) y Trashumante ($45), ambos Malbec 2010. Una opción para los amantes de los vinos con perfil artesanal.

Dos Andes: ex Universo Austral, con viñas y bodega en El Añelo, acaba de cambiar su nombre en alusión al hecho de que elabora en ambas márgenes de Los Andes. De sus líneas Finca Roja ($25), sobresale un intenso Pinot Noir 2010, muy buena opción para quien busque relación entre calidad y precio; y Calafate Colección ($40), en la que destaca el Chardonnay 2010, mineral y refrescante, y el Pinot Noir 2010.

Patritti: ofreció algunas novedades: por un lado, sus varietales Lassia ($45), en la que el Malbec 2010 es una opción accesible; por otro, el especiado Primogénito Merlot 2008, y el complejo Primogénito Blend ($130), tope de gama, que combina las uvas Cabernet Sauvignon, Malbec y Merlot.

Bodega del Desierto: única elaboradora de La Pampa, ubicada en 25 de Mayo, la casa tiene buena mano para los blancos. El 25/5 Chardonnay 2010 ($35) es perfecta para quienes busquen frescura; mientras que en tintos, el 25/5 Corte Caldén –Cabernet Sauvignon y Franc, Merlot- define el estilo de la casa, con intensidad gustativa y sabor frutal.

Agrestis: la casa familiar de Río Negro degustó sus espumantes entre los que destaca por lejos el Agrestis Nature –Chardonnay, Pinot Noir-; también el Malbec 2010 ($40), de estilo clásico, que le gustará a los bebedores de López.

Esta nota fue publicada en La Mañana de Neuquén el 2 de octubre de 2011.

10 de agosto de 2009

La mirada de los perros


Para ver más fotos como esta, hacé click en la imagen. La pesqué en el sitio de una fotógrafa en flikrt. (chechu, no hay manera de escibirte en tus blogs)

Tenía 18 años y una ruta por delante. Una línea de asfalto que cortaba en dos la llanura, a cuyos lados se elevaban primero blandas lomas, luego cerros más escarpados y nevados. Los cerros tenían los picos hundidos en nubes grises y macizas como el grafito. Sus sombras se proyectaban en los faldones y creaban un curioso efecto Caravaggio, con fuertes y angulosos contrastes, que descendía hasta la llanura encendiendo sus coirones como el oro.
Una llanura dorada y al medio un tajo de asfalto, marcado con las cicatrices de varios inviernos: allá, a unos 150 kilómetros estaba Esquel. Tras lo cerros en tormenta, Cholila y el lago Rivadia. Y en la misma dirección en la que caminaba, el Bolsón.
Llevaba una hora y media andando. Cada tanto, cuando el viento cesaba, el ronroneo de algún motor llegaba lejano, amplificado por el silencio instantáneo, y en cualquiera de las dos direcciones podía aparecer un auto o un camión. Si venían del Sur, tanto mejor: quizás entonces me llevarían y esta soledad azotada por el viento podría llenarse con palabras. Palabras que no fueran dichas desde mi y para mi. Palabras de compañía, que era lo que me hacía falta en ese momento.
Pero nadie paraba ni hablaba.
Dos horas ya, andando desde el cruce en el que había saltado de un camión, y avanzando a ratos, a ratos descansando, había dejado atrás toda señal humana, más allá de la recta línea de la ruta que conservaba a mi izquierda.
Pensaba en el viento, en la tarde que avanzaba y en el hambre que crecía junto con las sombras, cuando no sé de dónde –no podría precisarlo siquiera en esa estepa- emergió un perro petiso y lanudo, avanzando con paso sistemático pero desconfiado. Lo vi a mi derecha, como salido de entre los coirones de la estepa, aunque seguro andaba tras mi olor desde hacía algún rato y ahora se acercaba algo más, tentado él también de compañía.
Nos miramos. Él bajó la cabeza.
Yo descolgué la mochila y lo invité a acercarse, estirando la mano y silbando apenas.
Puras reverencias, la barbilla contra las piedras del suelo el perro se fue acercando. Primero con rodeos, luego enseñando los dientes con esa rara mezcla de sonrisa y fiereza que tiene a veces los perros. Cuando estuvo contra los cordones de mis botas, le rasqué tras las orejas por todo saludo y él se dejó hacer, manso, elevando los cuartos traseros. Volteó al fin, para que le rascara la panza.
Entonces el viento cesó un momento y desde el sur llegó vital y serruchada la tos sostenida de un motor en trabajos forzados. El lanudo se enderezó en el acto y paró las orejas en esa dirección. Después fue y vino entre los pastos, festejando a su manera el encuentro mientras yo me ponía de pie y miraba cómo al principio un punto naranja cobraba la forma de un rastrojero, sobre el lago espejismo que flotaba en el asfalto.
Esperé a que se acercara y les hice señas, con menos esperanza que ganas de que me llevaran.
Lentamente el rastrojero derivó sobre la banquina, y más lento aún, se acercó hasta donde estaba yo. El viento se llevó el polvo y quedamos a escasos metros de distancia.
Para los tres paisanos de boina calada hasta las cejas que iban dentro, mi figura debía ser parte del paisaje en este tipo de parajes y momento del año: un viajero más que busca andar barato y experiencias que contar. Para el perro, en cambio, la llegada del auto era como la del mensajero que trae olores de otros campos y sus ruedas el correo perfecto. Se les fue al humo, las olió con ganas y orinó en una de ellas sin dilación.
Me acerqué a la ventanilla:
Voy al Bolsón, dije.
Subí, nomás. Te acercamos, dijo uno, pero bien podrían haber sido los tres al mismo tiempo. Salté en la caja y vi a dos paisanos más que iban tapados con una frazada raída, aún cuando era pleno verano y el sol brillaba áureo sobre las nubes, encendiendo sus contornos. Me acomodé contra el bulto que dibujaban las ruedas sobre la caja y le dije adiós mi nuevo amigo, mientras comenzábamos a rodar.
Hay que ver la mirada de un perro para saber cuál es el rostro de la tristeza y cuál el de la traición.