17 de febrero de 2012

Biografía no autorizada de un bebedor de vinos

El vino llega un día y no se lo abandona más. Pero como todas las primeras veces en la vida, ese encuentro suele no ser perfecto. Estas son algunas de las cosas “no autorizadas” que suceden.

El primer error etílico. Los primeros pasos en la vida de un amante del vino arrancan en la adolescencia. Siempre de noche, en casa de unos amigos y lejos de los padres, el alcohol enciende la mecha de la lujuria y lo prohibido para dejar una primera e imborrable lección: lejos de dar placer, consumido en exceso, envenena. Y así suelen quedar fuera del ángulo de consumo Gancia, Gin o Ginebra, mientras que se abre la puerta a otros productos.
Fernet y después. Los segundos pasos suelen tener que ver con la más oscura de las pasiones: el fernet y la noche. Hasta aquí, el novel bebedor aún cree que el alcohol es funcional a su vida y del sabor se discute poco y nada. Algunos, sin embargo, ya probaron la champaña, quizás los frizantes, y reconocen que en el vino hay un capítulo aparte en la vida.

Reconciliación vínica: pero si en la adolescencia intentamos distanciarnos de nuestros padres –y por tanto de sus consumos- el vino no resulta una bebida atractiva sino hasta que se dobla la curva de los 20 años. Recién ahí empieza a jugar un rol más claro: asados en casa de amigos y picaditas, la mesa con los padres (en la que ellos pagan). No obstante, el bolsillo no da para los gustos, así es que el camino se emprende sin muchas elecciones, con el precio como único valor ponderable.

La salida gastronómica: las parejas estables traen la primera gran novedad en el mundo del vino, cuando la comida se transforma en un juego y en un terreno a explorar. Es el momento en que el placer despunta sobre la funcionalidad etílica, y tintos y blancos forman un universo a descubrir. Nacen los primeros amores a las marcas que dan seguridad y confort al paladar, pero también se dan los primeros pasos concretos hacia el conocimiento. Es cuando se suele tomar un curso de cata o un nivel inicial de vinos.

Pongo unos morlacos más. A partir de este punto, realmente, se empieza a formar el paladar de un bebedor de vinos. Ya que se reconoce que hay vida más allá de la marca segura; finalmente pica el bicho de la pasión y algunos se vuelcan sin freno al complejo mundo del vino: se puede hablar de él en la oficina, en la casa de los amigos, en los almuerzos y cenas de trabajo empieza a ocupar el rol que tiene el deporte o los hobbies en general: acercar a las personas.

Premeditación y alevosía: a esta altura del partido –unos 35 años y más- se cuenta con un poco de margen para darse los gustos sin culpa. Entonces aparece la botella de diario –que se compra en el súper semanalmente- y aquellas botellas que se guardan para momentos especiales. El precio no es la única variante: también pesan el gusto y la ocasión. De paso los restaurantes empiezan a ocupar más espacio en la vida y de ahí que el vino se vuelva más presente aún.

La botella top es el momento en el que se siente haber llegado a alguna parte. Comparado con aquella tranca de la adolescencia, el consumidor sabe ahora que hay etiquetas fabulosas –ha tomado un par-, descubre que el alcohol y su efecto poco tiene que ver con su gusto; en cambio aprendió a consumirlo con respeto y liviandad, pero sobre todo con criterio. Entonces el vino se completa como un gusto más en la vida: están los que eligen la pintura, la música y el deporte, y los que además elijen el vino.

El vinito para enderezar la vista, como dirían algunos abuelos, es el punto en el que el placer, el gusto y lo hedónico ya están lejos, porque las personas nos despojamos cuanto más viejos nos ponemos. Ahí es cuando una (o dos) copas sirven para arrobar el corazón y afilar la vista. Todo lo contrario que al comienzo, en que se buscaba nublarla bajo los efectos del alcohol. También es el punto en el que se comparte el vino con los hijos, a los que se los ve recorrer el mismo camino.

Esta nota fue publicada en La Mañana de Neuquén el domingo 12 de febrero de 2012.

7 comentarios:

Carlos Aguilar dijo...

Muy buena nota.

A mi me paso algo particular, empecé a interesarme mas en el vino cuando empecé a leerte en Joy.

DrM! dijo...

Qué buen artículo!!! Explicaste de una manera genial el romance etílico (en vez de "idílico") con el vino que nos acompaña por las distintas etapas de nuestra vida.

Martes Gourmet dijo...

Muy buena nota!!
A mis 34 me pude reconocer casi paso a paso en el proceso.
De mis comienzos a los 20 con Lopez tinto, a empezar a probar varietales, a comprarme la cava climatizada... y tener en el estante de arriba uno Trumpeter CS Reserva, y un Andeluna Reseva a la espera de un buen momento para celebrar!

A votre santé!

Esteban

Joaquin Hidalgo dijo...

Carlos!

Qué loco que bueno que te haya pasado eso... es lo mejor que le puede pasar a uno como periodista: que los lectores se copen con lo que uno escribe.

Dr, Gran definición la suya. Romance Etílico.

Martes Gourmet, jeje, caíste en el círculo vinoso...


Salú!

Antigua Feria dijo...

Insisto y recomiendo este blog porque considero que es el mejor gastroblog del momento. Me encantó el post y aunque todavía tengo 30 me identifico con varios puntos de la nota...es verdad, con la calidad se hace el paladar y ya no me aguanta el hígado para el Bordolino jajajajaj
Beso,
Dani

Julio López dijo...

Hola. No conocia tu blog, muy interesante! Te sigo.
Te invito a participar en mi blog: Las Catas de Julio.
Me gustaría que te agregaras a mi blog, solo tienes que entrar en http://lascatasdejulio.blogspot.com/
y pinchar en participar en este sitio.
Gracias. Espero que te guste.
Saludos

Fabian Mitidieri dijo...

Muy buena esta nota Joaquin!!! Yo me salteé el Fernet con Coca JE JE!!!
Salute