Puede suceder que la atención no sea la mejor, o que la comida venga recalentada o floja. Así es la restauración. Pero lo que nunca me había pasado hasta ahora es pedir un plato, esperarlo una hora y cuarto, y que al final te traigan la cuenta, plato incluido, y nunca haberlo probado.
Fue el año pasado en Boris Club de Jazz, durante la presentación de "W" el nuevo disco de Vandera. Llegamos con hambre y nos sentamos al pie del escenario. Pedimos dos suculentos platos, una bondiola braseada y unos penne rigate con una crema de hongos… o algo así, porque la verdad es que no llegamos a probarlos. Después que nos trajeron el vino, el pan y el dip de queso crema, se apagó la luz y empezó el show. Hermoso, por cierto, lleno de hits. Pero mientras que los temas pasaban, los mozos no se acercaron ni por un momento a las mesas. Nosotros esperábamos los platos, el recital seguía y se ponía cada vez mejor.
Para cuando terminó, entre dos nos habíamos bajamos una botella de Manos Negras Pinot Noir 2009, el queso crema y la panera hasta las últimas consecuencias. Con la luz recién encendida y los músicos desenchufando sus cables, llegó el mozo con la cuenta: 210 pesos por no haber comido. Lo miro bien, y le digo:
-Flaco, acá me cobrás los platos que nunca trajiste…
Incrédulo, dijo:
-Cómo que nuca los traje –el acento era de Colombia.
-No. Eran dos principales y acá no veo ninguno.
-¿Cómo puede ser?
-Decime vos.
Duda, eterna duda de un instante: mentir y sostener la mentira contra viento y marea o hacerse cargo. Evidentemente se volcó por esta última opción.
-Tiene razón. Discúlpeme, nunca traje los platos.
La cuenta seguía en la mesa. El mozo seguía en su disculpa:
-Qué olvido. No puedo creer me los he dejado en la cocina. ¿Se los traigo?
Imaginé una bondiola braseada, petrificada en un charco de salsa petrificada en su grasa. Me dio náuseas.
-No. No la traigas. Dejá. Pero no me los cobres -señalé la cuenta.
Se fue y volvió en el acto, con la nueva adición: no figuraban los platos; sí el cubierto, el vino y el agua mineral.