En los últimos 15 años la industria vitivinícola se reinventó a si misma. En este período generó contradicciones que hoy son evidentes: terruños similares, blancos más emocionantes que los tintos, la paradoja del precio alto, entre otras.
Muchos terruños, pocas variantes. Concepto escurridizo, cuando se habla de vinos el terruño se aplica a la unidad gustativa que forman la condición climática de una región, los suelos y la mano del hombre que la trabaja. De él nacen las diferencias que dan identidad a las principales zonas de producción mundiales, como Bourdeos o Rioja. En nuestro país, sin embargo, mientras que el terruño es cada vez más esgrimido como herramienta de comunicación, tiene cada vez tenga una impronta menos evidente para el consumidor. Y esto es así, porque nuestras principales regiones son desiertos con suelos aluviales, similares entre sí, de modo que el mapa de posibilidades gustativas es estrecho. Comparado con países como Francia o Italia, que tienen decenas de pequeñas zonas con climas y tradiciones muy diversas, Argentina es un gran terruño monolítico con notables excepciones: Cafayate, Pampa Húmeda, Patagonia y Valle de Uco.
Pocos estilos, muchos vinos similares: cada vez más el estilo de un vino está atado a su precio y no al modo particular en que una bodega elabora su producto. Por ejemplo: si un tinto debe ser caro, aumenta la concentración y el uso del roble para distanciarlo de las otras gamas de precio. Si a esto se suma que se aplican las mimas levaduras seleccionadas, las mismas barricas y las mismas técnicas de elaboración, finalmente son más las semejanzas entre bodegas en competencia que las diferencias que las distancian. Así, en una cata a ciegas de un mismo rango de precios, es difícil encontrar vinos que sorprendan con gusto propio. López, una bodega que claramente atrasas, al conservar su estilo ha conseguido ser distinta y, paradoja si las hay, marcha a la vanguardia.
Más caro, menos sorprendente: contra todo lo pensable, las etiquetas más accesibles ofrecen hoy vinos más cambiantes. La ecuación lógica es que fuera a la inversa: que mientras más se asciende en precio, los vinos resulten más espectaculares y conmovedores. Pero la verdad es que no. Que para emocionarse en serio, sin dejar la boca aturdida y embadurnada de madera y abundante extracto seco, no hay que saltar la barrera de los 50 pesos. Salvo honrosas y pocas excepciones, claro.
Pocos blancos, más diversos: en los últimos 30 años la industria argentina se ha enfocado en la producción de vino tintos. De ahí que, precisamente por todo lo que se dijo hasta aquí, hoy los blancos ofrecen mejor oportunidad de hallazgos entretenidos al paladar. Si se busca frescura, saltos de estilos y cambios de sabor que hablen de una diversidad en el mercado, conviene probar la amplitud que ofrece nuestro Torrontés, y más aún Chardonnay o Sauvignon Blanc. Para encontrar esos mismos cambios en los vinos de color –claro que son bastantes más, también hay que decirlo- habrá que buscar mucho o apuntar a variedades de poca incidencia como Petit Verdot, Cabernet Franc o Pinot Noir.
Varietales sin varietalidad: que un vino ponga en la etiqueta Malbec, Cabernet o Syrah connota calidad. Pero la verdad es que la identidad de cada varietal –en especial en tintos, en especial en la alta gama- está bastante desvirtuada. Hoy es mucho más parecido un Malbec a un Cabernet a igual franja de precios, que a un Malbec de otro segmento. Y eso es así, porque las diferencias de estilo para cada gama de precio son más respetadas que las identidades varietales. En un sentido es lógico: ¿qué consumidor sabe distinguir un Merlot de un Cabenert? Lo paradojal es que el mercado insiste en varietalizarse.
Pinot noir, el último tinto virgen: el título es exagerado, concedemos. Pero la verdad es que el Pinot Noir sí tiene identidad propia. Y es así porque es raro y porque está en la vereda de enfrente al mainstream del mercado, quizás porque todavía no hay un consenso estilístico para su elaboración. Precisamente por eso es útil su lección: a fin de cuentas, su carácter exótico lo hace distinto y lo convierte en un vino apetecible para el bebedor que busca sabores nuevos.
Al mercado interno se llega exportando: al cabo de un intenso proceso exportador, que fue el leit motiv del relanzamiento del vino nacional en los últimos 15 años –lo que podríamos llamar la contradicción del profeta y su tierra-, las bodegas hoy vuelven sus ojos al consumidor local motivadas por las dificultades actuales de algunos mercados for export. En este giro late un corazón con nuevas perspectivas: porque si fue el proceso exportador el que renovó el gusto argento, es posible pensar que la diversidad del gusto local le de nuevo aire al vino argentino. Habrá que ver.
Pocos estilos, muchos vinos similares: cada vez más el estilo de un vino está atado a su precio y no al modo particular en que una bodega elabora su producto. Por ejemplo: si un tinto debe ser caro, aumenta la concentración y el uso del roble para distanciarlo de las otras gamas de precio. Si a esto se suma que se aplican las mimas levaduras seleccionadas, las mismas barricas y las mismas técnicas de elaboración, finalmente son más las semejanzas entre bodegas en competencia que las diferencias que las distancian. Así, en una cata a ciegas de un mismo rango de precios, es difícil encontrar vinos que sorprendan con gusto propio. López, una bodega que claramente atrasas, al conservar su estilo ha conseguido ser distinta y, paradoja si las hay, marcha a la vanguardia.
Más caro, menos sorprendente: contra todo lo pensable, las etiquetas más accesibles ofrecen hoy vinos más cambiantes. La ecuación lógica es que fuera a la inversa: que mientras más se asciende en precio, los vinos resulten más espectaculares y conmovedores. Pero la verdad es que no. Que para emocionarse en serio, sin dejar la boca aturdida y embadurnada de madera y abundante extracto seco, no hay que saltar la barrera de los 50 pesos. Salvo honrosas y pocas excepciones, claro.
Pocos blancos, más diversos: en los últimos 30 años la industria argentina se ha enfocado en la producción de vino tintos. De ahí que, precisamente por todo lo que se dijo hasta aquí, hoy los blancos ofrecen mejor oportunidad de hallazgos entretenidos al paladar. Si se busca frescura, saltos de estilos y cambios de sabor que hablen de una diversidad en el mercado, conviene probar la amplitud que ofrece nuestro Torrontés, y más aún Chardonnay o Sauvignon Blanc. Para encontrar esos mismos cambios en los vinos de color –claro que son bastantes más, también hay que decirlo- habrá que buscar mucho o apuntar a variedades de poca incidencia como Petit Verdot, Cabernet Franc o Pinot Noir.
Varietales sin varietalidad: que un vino ponga en la etiqueta Malbec, Cabernet o Syrah connota calidad. Pero la verdad es que la identidad de cada varietal –en especial en tintos, en especial en la alta gama- está bastante desvirtuada. Hoy es mucho más parecido un Malbec a un Cabernet a igual franja de precios, que a un Malbec de otro segmento. Y eso es así, porque las diferencias de estilo para cada gama de precio son más respetadas que las identidades varietales. En un sentido es lógico: ¿qué consumidor sabe distinguir un Merlot de un Cabenert? Lo paradojal es que el mercado insiste en varietalizarse.
Pinot noir, el último tinto virgen: el título es exagerado, concedemos. Pero la verdad es que el Pinot Noir sí tiene identidad propia. Y es así porque es raro y porque está en la vereda de enfrente al mainstream del mercado, quizás porque todavía no hay un consenso estilístico para su elaboración. Precisamente por eso es útil su lección: a fin de cuentas, su carácter exótico lo hace distinto y lo convierte en un vino apetecible para el bebedor que busca sabores nuevos.
Al mercado interno se llega exportando: al cabo de un intenso proceso exportador, que fue el leit motiv del relanzamiento del vino nacional en los últimos 15 años –lo que podríamos llamar la contradicción del profeta y su tierra-, las bodegas hoy vuelven sus ojos al consumidor local motivadas por las dificultades actuales de algunos mercados for export. En este giro late un corazón con nuevas perspectivas: porque si fue el proceso exportador el que renovó el gusto argento, es posible pensar que la diversidad del gusto local le de nuevo aire al vino argentino. Habrá que ver.
Esta nota fue publicada el domingo 19 de Junio de 2011 en La Mañana de Neuquén.
10 comentarios:
Me encanto la nota! Polemica para algunos, pero en mi opinion muy cierta! Finalmente alguien que se pronuncia en serio! Felicitaciones!
MJC
Oia!
gracias MJC...
Muy amable al decirlo.
Por finnnnnnnnnnn, alguien pensante y corajudo! Esta es la verdad porque es la realidad! Estoy completamente de acuerdo en todo, menos en lo del Pinocho Noir, en otra mentira del mercado, sobresale por lo diferente? Si, pero es un mamarracho que sigan intentando hacer un Pinot Argento, en lugar de hacer o volver a grandes blends etc, etc, algo mas genuino, mas nuestro! Saludos y Fe li ci ta cio nes por la nota!!!
Gracias Sebastián.
Me alegro que te estemos de acuerdo en casi todos los puntos.
Abrazo!
Joaquìn, la nota es realmente inteligente. Coincido contigo. Sobre todo en los vinos de la franja media. Por otro lado el consumidor rara vez distingue, como vos apuntas bien, entre dos variedades elaboradas como alta gama, casi similarmente. Buenas reflexiones que hacen pensar. espero que pase lo mismo (que piensen y reflexionen) los hacedores..Abrazo CC
Me sorprendiste, porque la mayoría de los periodistas ya se vendió al verso infame bodeguero-enólogo. Identidad!!!! Es lo que se le pide a un terruño o una bodega y hoy casi todos los vinos parecen iguales. Hace dos semanas un distribuidor se me enojó en una degustación porque le dije que todos los vinos de Clos de los Siete eran demasiado parecidos, me parece que todo lo que asesoran estos expertos internacionales tiende al “sabor único y universal”.
Me sumo a lo del Pinot Noir, aunque yo me aboco mas a los patagónicos, estaría bueno que Sebastian Bossi pruebe algunos de los Pinot Noir Patagónicos para ver si encuentra algún rastro distintivo en los mismos.
Cristina,
gracias por tu post!
Fabian,
no me he vendido porque nadie paga lo que pido... jeje.
Ahora enserio: el tema es importante, sin llegar a ser acuciante. La otra realidad, es que rara vez el consumidor se enfrenta 10 o 15 vinos de alta gama uno al lado del otro, de forma que no se alcanza a dar cuenta de las similitudes. Ahora, el problema está en que así las marcas sólo compiten por capacidad de marketing y presupuesto...
A mi modo de ver, esto abre un lindo paréntesis de oportunidad para todas aquellas bodegas que tengan ganas y voluntad de hacer vinos distintos.
Saludos!
Hola Joaquin, felicitaciones especialmente por la repercusion de la nota. Los comment no tienen desperdicio. Creo basicamente lo que haces es dejarla picando en el area para que todos pensemos qeu podemos meter el gol del campeonato. En privado podriamos profundizar mucho cada punto pero creo que el mas importante a mi entender es poner de manifiesto la aparente desilusion del consumidor por la similitud de los vinos y el poder obnubilante del marketing enologico de las bodegas y distribuidores. Hay una luz de esperanza eso si solamente para los que son realmente curiosos y perseverantes (x ej aquellos poquisimos bichos raros que se animan a llamar a una bodega y pedir vinos): lo que no se gasta dentro de la botella se gasta afuera de ella. O sea si todos hablan o escriben o promocionan es porque hay plata para gastar alli que no se gasto en el vino. Por eso se hacen rentables solo vinos de volumen utilizando las recetas globales probadas. Por eso terroir y diferenciacion estan subjugados al gran rey marketing. Acaso los gobernantes no hacen lo mismo buscando confundir y deseducar para conseguir mas votos? Yo tb la dejo picando. Saludos de Agrelo.
Gracias Ricardo por tu post.
Diría que en parte tenés razón, respecto al marketing, pero no es un factor tan determinante. Yo creo que el tema pasa por apostarle a algo: un estilo, un terroir, una uva incluso, pero esa apuesta hay que sostenerla en el tiempo. Independientemente del presupuesto que se tenga para gastar -que no me parece un punto criticable- creo que hay margen para ser distinto. Pero lleva tiempo: incluso hay vinos diferentes en el mercado -algunos de grandes bodegas, también- que no llegan a mover la aguja porque o duran poco o no tienen masa crítica para hacer el ruido necesario. Incluso en el caso de estilos internacionales, también se pueden hacer mejores vinos sin pasarlos por la aplanadora.
En todo caso, yo soy de los optimistas que ven el comienzo y no el final.
Abrazo!
Publicar un comentario